Aunque parezca una paradoja o una contradicción de esas que intento
estudiar en clase de lengua, el día que eso ocurrió fue también algo
decepcionante. No, no voy a irme por las ramas, ni voy a entretener a los
cuatro gatos que leerán esto con frases innecesarias. Pues bien, me explico, ese
día que tengo marcado en el calendario porque entonces aprendí cosas nuevas es
el mismo en que mi ídolo perdió un mundial que se merecía y peleó como el que
más.
¿Qué se puede aprender cuando un ídolo es vencido por el afortunado de
turno al que se lo han puesto más fácil?, diréis. Mirad, lo primero que aprendí
aquella tarde es que no siempre gana el mejor, el que más se lo merece. A
veces, este es vencido por la suerte, el azar, las facilidades del adversario.
Es así, resulta injusto, pero es así y como es debemos aceptarlo y hacernos
fuertes para que no vuelva a ocurrir.
Es esta una reflexión importante que desde entonces utilizo en mi vida,
¿recordáis?, esa que no es más que un mero camino hacia la felicidad. Pero no
la única.
Aprendí también que no hay que rendirse por otros que no lo hacen. Me
explico. Antes de esa carrera, yo dí todo por vencido pese a que mi ídolo
confiaba en que no era imposible, en que podía lograrlo. No, no lo logro,
perdió pero peleó hasta el final y estuvo a punto de conseguir algo que parecía
imposible. Lo mejor, que al final se dio por satisfecho y estuvo orgulloso de
su trabajo y el de su equipo. Un ejemplo.
Se me había olvidado deciros de quien hablaba. Sinceramente, no he querido
decíroslo hasta justo este momento, para que no influyese vuestra visión o lo
que os contaron de la carrera. Es Fernando Alonso. Lo admiro desde que soy una
enana y lo haré siempre. Un grande.
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